Paisaje tras la batalla
Se acaban las elecciones –qué ingenuidad, acaba de empezar la campaña de las generales- y dejan en mí una extraña sensación de desmotivación. Os cuento aquí algunas de mis reflexiones postelectorales.
- Creo que cada día gana terreno la irracionalidad de la política. Las opciones electorales se deciden en un buen número de electores por cuestiones estéticas o por simples impulsos provocados por la apariencia. Tengo la convicción de que esto se parece cada día más a la liga de fútbol: unos son merengues y otros culés y no se sabe bien por qué. La racionalidad y la argumentación se retiran del escenario público.
- Hay una buena parte del electorado –puede que la más consciente- ganada por la desmotivación. Tiene claro que votar no sirve más que para cambiar los colores de los barrotes de la celda. Como asegura “la patata de la libertad”, tienen la convicción maquinal de que gane quien gane, la actualidad seguirá siendo perenne, unos arriba, acumula que te acumularás, y otros abajo, picando piedra (o teclas, tanto da). La lógica del sistema seguirá siendo igual: más obras, más saraos, más apariencia…
- Otra convicción en el grupo consciente es que esto no funciona. Aquí, en nuestro pequeño territorio, veremos lo mismo que en otros: jóvenes emigrando, prados llenándose de ladrillos y cemento, aparcamientos en todos los agujeros existentes y creados, políticos diciendo los mismos argumentos que no llevan a ningún sitio y señores que salen en la foto instantes antes de llenarse los bolsillos mediante una operación de extracción salvaje de plusvalías. Como veis, este rasgo y el anterior se parecen mucho.
- No creo que la culpa sea de los políticos. Ellos sólo responden a la lógica del sistema. Se ha instalado entre nosotros la cultura del crecimiento continuo, de que hay que hacer cosas –eso significa aprobar planes parciales, levantar viviendas, construir carreteras y hacer aparcamientos, casi exclusivamente- y esa y exclusivamente esa parece ser la razón que hay que tener en cuenta a la hora de votar. “Estos han hecho cosas, hay que votar por ellos” es una frase que he escuchado varias veces en esta campaña. No deja de ser curioso que la haya escuchado al lado del antiguo jardín de los Bomberos , a la entrada del Hospital General o junto a los árboles talados de Gerardo Diego, en la Nueva Segovia.
Creo que tiempo habrá de hablar de otros asuntos: de por qué la supuesta izquierda hace una estupenda política de derechas, del desconcierto de otra supuesta izquierda, del voto de los jóvenes, de la percepción de los problemas que tenemos –alucinante: una encuesta de un medio radiofónico ha descubierto en esta campaña que el principal problema de la ciudad es el tráfico y los atascos; otra encuesta dice que para los habitantes de la provincia el principal problema es el terrorismo. Habéis leído bien.- o de cómo vamos a seguir con las mismas miserias que teníamos: Segovia 21, Bezoyas, pantanos, hileras de chalés rodeando la ciudad y recursos humanos a la fuga…
Un sociólogo, Michel Wieviorka, sostiene que en todos los niveles de la política hay un desencanto y que eso hace que una corriente nutrida de gente se aleje pura y simplemente de la política y se abstenga no sólo de votar, sino también de su papel como ciudadanos. Esa es otra consecuencia dolorosa de este sistema, otra amenaza que se nos viene encima. La noche electoral me decía un amigo –ciudadano consciente y activo donde los haya- que cada vez le costaba más prestar atención a cualquier cuestión pública y que, sin embargo, anhelaba pegar carpetazo a eso y salir a pasear con su perra por el campo. Lo malo es que cada día queda menos campo, pensé yo.