Pobres alcaldes

Estábamos tan entretenidos este verano con apariciones de candidatos a las municipales, con esas obras "molestas pero necesarias", con las urbanizaciones creciendo maravillosamente alrededor de Segovia, con esas misteriosas apariciones de cadáveres de extranjeros o de "restos óseos" que nadie comenta más allá de la escueta nota informativa, tan educados somos, cuando aparece el alcalde de Segovia y pide que se haga un uso racional del agua, además de acusar a los pueblos del alfoz (qué más quisiera Arahuetes que hubiera alfoz) de derrochar más agua aún que los habitantes de la ciudad, pues tiran mucho del embalse del Pontón. Mira que venir a decir estas cosas ahora, cuando antes nos hemos callado con las concesiones a Bezoya, con la obsesión por los campos de golf y las urbanizaciones, cuando hemos pedido otra presa que será el fin de las Calderas...

Pues estas declaraciones han sido la espoleta de todo un acontecimiento, muy añorado por los segovianos que nunca lo ven. Los alcaldes de la Mancomunidad de la Atalaya han superado todas las discrepancias partidistas y han firmado una respuesta única. Por fin unión y concordia. Todos a una. La cifra es inexacta dicen, y oigo esta misma mañana al alcalde de la Lastrilla decir en la radio que ellos cuidan mucho ese tema del agua y que en el resto del año ve correr río abajo seis o siete pantanos que no se embalsan y que acaba de venir de Murcia y “alucina” con el desarrollo urbanístico de allí. Qué envidia, parece desprenderse de sus palabras. También habla ese denodado defensor de la naturaleza que es el alcalde de Palazuelos y se queja de que esto no se debe decir por “cortesía institucional”.

Vaya, hombre. Unidad que atraviesa todo el arco parlamentario para cifras inexactas, agua sin embalsar, envidia por el desarrollo urbanístico y cortesía institucional. Qué parto de los montes.

Llevamos varios años con la amenaza de la escasez del agua, nos rodea el crecimiento del ladrillo, de los campos de golf, de la especulación, del destrozo del patrimonio natural y el problema es el agua sin embalsar y la cortesía institucional. A ninguno de los alcaldes y alcaldesa implicados en esta guerra del agua se les ha ocurrido preocuparse por la deforestación, el cambio climático, la calidad del agua o la preservación de los recursos hídricos. Quizás mejor así, pues no sé si entreven que un río no es un caño que lleva agua autogenerada para sacar pasta con ella, sino un ecosistema que hay que cuidar.

Vaya, por Dios. Pobres alcaldes. Con lo alarmante que es eso de la cortesía institucional.